martes, 26 de julio de 2011

Luchar por luchar.

Los oídos de todos los presentes estaban a punto de estallar. Y, sin embargo, a ninguno le importaba. El volumen de la música sobrepasaba los límites establecidos por el tímpano humano, pero las chillonas guitarras que escapaban por los enormes altavoces ahogaban las protestas de cualquier tipo de vecino. El ambiente estaba cargado de humo, alcohol y vicio.

A duras penas, Javier se levantó del sofá en el que llevaba media hora terminando su tercera cerveza, y Miguel le sonrió tras dedicarle unas palabras. El alcohol, y el aplastante volumen de la fiesta impidió la comunicación entre ambos, así que Miguel se vio obligado a chillar.

-...mis amigas!
-¿Qué dices? -exclamó Javier.
-¡Que menos mal que han venido más de mis amigas! ¡Tus amigos van a ponerse las botas! -dijo sonriendo, y señalando a un Juanma ebrio, que bailoteaba alrededor de dos chicas, ebrias también.

Javier se rió, tal vez por el efecto del alcohol, o por la graciosa escena de ver los rizos de su amigo bailando al son de Radiohead.

-¡Alicia trae dos amigas más! Me dijo que tardaría quince minutos, pero ya han pasado veinte, me da miedo que...

Javier calló sobre la mullida alfombra del salón, acabando con la conversación entre ambos chicos, y riéndose se incorporó como pudo, y fue directo a la nevera, en busca de su cuarta cerveza. Por el camino chocó con un apabullado Pablo.

-... hijos de puta, alejaos de la mesa de cristal, coño!

Con una sonrisa estúpida en la cara, Javier abrió la nevera de la cocina, y buscó entre filetes congelados y coca-colas, su botella de cerveza.

-No deberías beber más. Ya vas bastante borracho, ¿no crees? -exclamó Fran, que bailaba con una de las finalmente cinco amigas de Miguel. Nunca supo como entraron siete personas en un solo coche.
-¡Que te den, tengo sed!

Abrió la botella, y se la llevó a los labios. Cerró los ojos, mientras que la amarga espuma del principio bajaba por su garganta, satisfaciendo su sed, y haciendo que el chico se marease y tuviese que agarrarse a una silla para evitar una torpe caída.

A través de la ventana de la cocina, Javier vislumbró un naranja chillón que contrastaba con la oscuridad de la noche. A duras penas, escuchó el timbre del adosado de Pablo. Se acercó a la puerta, y la abrió con la botella de cerveza en la mano izquierda.

-¡Javi! -una muchacha de pelo anaranjado se lanzó al cuello de Javier, propinándole un fuerte abrazo. Alicia rió al comprobar la falta de equilibrio de su amigo -Veo que no nos habéis esperado para beber. Me encontré con Borja de camino, y le invité, espero que a Pablo no le importe.

Borja, con su curioso peinado aparentemente engominado hacia el cielo, sonrío a Javier mientras tiraba un cigarro a medio terminar al suelo. Se acercó al oído del chico.

-Joder como están las amigas de Alicia. Joder y joder -le susurró a Javier, provocando en este una risa floja. Alicia miraba por encima del hombro de Javier, buscando a Miguel.
-Bueno, es hora de las presentaciones. Él es Javi, y éstas son Marta y Lucía -señaló a sus dos amigas. Una rubia, y otra cercana al marrón -¿Dónde coño está mi novio?

La chica empujó a Javier cuando entró corriendo en el salón, buscando a su novio. Borja gritó un saludo, que fue contestado por las risas y los abrazos de los chicos. Las dos chicas entraron rápidamente. La que no llegaba a rubia paró un momento, y miró a Javier.

-Huele a alcohol, pero nada bueno. ¿Qué es?
-No lo sé. Han comprado mucho vodka, y whisky, creo -respondió Javier, incorporándose rápidamente, temiendo parecer ridículo. Ella clavó sus ojos azules en la botella del chico.
-Y cerveza, por lo que veo. No soy amante de los cubatas, prefiero la cerveza, en realidad.
-Bueno, esta es la mía. Pero puedo compartirla con una amante de Heineken.
-Entonces perfecto -dijo la chica sonriendo. Con dos grandes zancadas se situó al lado de su amiga, que miraba entre curiosa y tímida el salón.

Javier sonrió, y con una patada cerró la puerta.

-Creo que va a ser mejor que Fran no coja el coche esta noche. Ha bebido demasiado -hablaba Marcos con Pablo. Fran bailaba con los ojos cerrados, y con movimientos energéticos que parecían ser capaces de dislocarle cualquier extremidad. Dos amigas de Miguel, una rubia y otra morena se maravillaban con el grosor de sus brazos, y la estrechez de su cadera -Deberíamos hacerle una foto y enseñársela a Lorena.
-Ella es peor en las fiestas. Déjale disfrutar un poco -rió Javi, mientras que contemplaba como Borja rápidamente se añadía al frenético baile de Fran y las dos chicas -Que Miguel y las demás se vuelvan andando. Aunque creo que tendrás que aguantarles hasta mañana por la mañana.
-Oh, genial. Niñera de borrachos. Otra vez -Pablo y Marcos no solían beber en ninguna de las fiestas.

Javier se sentó en el sofá, ocupado por la chica de los ojos azules y una de las amigas de Miguel. ¿Cómo se llamaba? Lucía, sí.

-Eh, chico de la cerveza. ¿Me das un trago, y así animamos la fiesta? -dijo la de los ojos bonitos cuando se percató de la presencia de Javier.
-No me la llenes de babas -sonrío el chico, cediéndosela. De un trago, acabó con la mitad de la botella -Oh, joder. ¡Te has tragado media litrona!
-Te dije que me gustaba -dijo tras eructar con una gran sonrisa. Su amiga la miró con cara de circunstancias, pero Javier sonrío ampliamente, y se levantó dispuesto a traer otra.
-Voy a traer provisiones, o acabaremos con una sed endemoniada.
-Te acompaño -dijo Lucía levantándose rápidamente, dejando sola a su amiga. Inmediatamente, Borja se sentó en el hueco que la chica de los ojos azules había dejado, y con una sonrisa entabló conversación con la amiga de Miguel.

-Eh, tíos, la cocina no es un picadero -gritaba Pablo mientras corría, seguido por Marcos, a separar a Alicia y a Miguel -Iros a un hotel.
-Oh, ¿ni un poquito? -inquirió Miguel sonriendo, con el pelo desordenado y la bragueta a medio bajar.
-¡Fuera!

Alicia rápidamente tiró de Miguel.

-La habitación de su hermana está libre. Ahí no nos va a encontrar -le susurró en el oído a Javier, al pasar por su lado -Que tetas tiene la de rojo, por cierto. Trátamela bien, moreno.

Javier se giró alarmado, esperando que Lucía no la hubiese escuchado, pero ocultaba esa información tras una sonrisa. Una sonrisa de dientes blancos y alineados.

-¿Dónde decías que estaba la cerveza?
-Oh, sí, en la cocina.
-Salgamos fuera. Aquí hace un calor de la hostia, y tu amigo no tiene aire acondicionado -sugirió Lucía cuando cerraron la puerta de la nevera, con las últimas dos cervezas en la mano.
-Claro, además, creo que el sofá está ocupado.

Borja había utilizado todas sus dotes de seducción, y mezcladas con el alcohol que rápidamente había ingerido y hecho ingerir a la amiga de Alicia, se encontraba encima de la chica, manoseándola pasionalmente.

Al abrir la puerta, Fran entró en la casa torpemente. Su camisa blanca estaba manchada ahora por una extraña sustancia entre amarilla y verdosa. El chico les miró unos instantes.

-Creo que he vomitado en el césped del vecino. Pero no se lo digáis a Pablo -articuló como pudo -¿Vais a follar? No folléis en el césped del vecino, he vomitado ahí. Creo.

Javier rió y empujó al armario andante dentro del salón. Se sentaron en las escaleras de la entrada, sin cerrar la puerta. Los altavoces escupían el bombo, las guitarras y el bajo de Spin Doctors, animando aún más la fiesta.

Lucía sacó un cigarro de un bolsillo de su ajustado pantalón. Ofreció uno al chico, pero éste negó con la cabeza.

-No fumo. Eso mata.
-También mata beber, y mírate.
-La cerveza es sagrada. Lo dice Internet, no me lo invento.
-¿Eres de esos que buscan las cosas en Internet para asegurarse de que hacen algo bien? No voy a leerme una página llamada "directoalpaladar" -dijo ella mientras apartaba el cigarro de sus labios, y dejaba que la amarga cerveza pasase por su garganta. Javi se fijó en una marca morada del cuello de la chica, que quedaba oculta bajo su largo pelo.
-Bueno, Internet es más útil de lo que parece.
-Ya, claro. Otro friki de Internet. ¿Estudias informática, o qué?
-Que va. En realidad no estudio. Estamos en verano, ya sabes.

Lucía rió con esa observación tan estúpida. El alcohol impedía que Javier acertase al llevarse la botella a los labios, así que acabó dándose un golpe en la nariz con el cuello de ésta, lo que provocó la risa de la chica de los ojos azules.

-¡Qué inútil! Toma, anda -cogió la botella del chico, y se la puso en sus labios. Éste tragó hasta que Lucía apartó la litrona, empapando la ropa del chico.
-Oh, cojonudo. Y yo soy el inútil.

Ella río mucho, y lanzó su botella, ya vacía, al parque del vecino.

-Tu amigo ya ha vomitado ahí. No creo que les importé un poco de más mierda. ¿Me das un sorbo de la tuya?
-Bebes muy rápido.
-Y me sube aún más rápido -observó la chica, llevándose la botella de Javier a la boca.
-Tienes los ojos bonitos.

"Mierda. ¿Qué coño haces?"

-Gracias. Los tuyos no están mal.
-No en serio. Son... electrizantes. Enganchan, no sé.

"¿Qué coño estás haciendo? Cierra el pico, gilipollas."

-¿Enganchan?
-No puedo dejar de mirarlos.

"Tío, tío, tío. Vale ya. Vale. Cállate. Joder, ¿qué pretendes?"

-¿Ah sí? -dijo ella sonriendo.
-Y tienes la sonrisa bonita, también. Me gustan tus...
Un grito ahogó las palabras del muchacho, haciéndole volver a la realidad.

-¡ Tíos! ¿En la jodida habitación de mi hermana? ¡Enfermos! ¡Cabrones! ¡Ponte los calzoncillos, hijo de puta! ¡Largo! ¡LARGO! -Pablo estaba realmente enfadado.
-Creo que han pillado a Alicia en bragas. Es una pena -dijo Lucía, rompiendo el contacto visual con el chico, e incorporándose rápidamente -Deberíamos entrar, o a tu amigo le dará un infarto cuando vea el jardín de el de al lado.

Con un gruñido, Javier se levantó y lanzó su botella ya vacía al césped del vecino de Pablo. Una sensación de mareo invadió al chico, que tuvo que sentarse rápidamente. Su estómago gruñó. Su garganta le exigió un grito. Su boca se estremeció. Toda la cerveza ascendió rápidamente por su esófago, y con una arcada, acabó en el suelo. Tres arcadas más, y la pizza fue a acompañar a la cerveza.

Mareado y maloliente, Javier miró a su alrededor antes de cerrar los ojos y caer sobre el charco que él mismo había causado.

-Oh joder, que puto asco -fue lo último que escuchó.


lunes, 25 de julio de 2011

Busca en el lavabo.

El irritante sonido de la vibración del teléfono móvil acabó despertando a Javier, quien dormía plácidamente entre sabanas sudorosas. Tanteó la mesa hasta que agarró el aparato, y aún dormido se lo colocó en la oreja.

-¿Sí? -gruñó al aparato.
-Joder, ya era hora -le reprendió una alegre voz.
-¿Pablo? Joder, ¿qué hora es? ¿qué coño quieres?

Pablo suspiró. Javier pudo imaginarse la nariz arrugada por el enfado que luciría su amigo en ese mismo instante.

-Hoy es dieciséis. Ya sabes, dieciséis -insistió Pablo.
-Dieciséis...
-Tío, quedamos en que me ayudarías a preparar la fiesta de esta noche. Los demás están de camino.
-Ah, claro, la fiesta -decía Javier distraído mientras miraba con pena las sabanas arrugadas. No creía que pudiese volver a dormirse -¡Coño! Tienes saldo. ¡Por fin!
-Se me va a agotar. Te veo en media hora en mi portal. Me lo prometiste, no puedes fallarme.
-Pablo... sinceramente, me apetece muy poco una fiesta esta noche. No he tenido un buen fin de semana.
-Estamos en verano. ¿Qué mas dará que sea fin de semana, o inicio de semana? Todos vienen. Fran va a buscar a Miguel y a sus amigas. Y es posible que haya alguna guapa.
-¿Y a mi qué?
-Tienes media hora. Si hace falta, no desayunes, pero ven.
-Pero... -el pitido ahogó las quejas de Javier, el cual volvió a tumbarse mientras buscaba la hora en su móvil. Aún eran las once, joder.

Apenas tuvo tiempo de darse una ducha rápida y de coger un par de magdalenas de la despensa. Rápidamente, se dirigió al portal de su impaciente amigo mientras escribía un mensaje a Alicia.

"Fran va a pasarse a buscar a Miguel y a las demás. No me apetece una mierda una fiesta ahora. Tráeme mi chupa."

Sentados en un banco, en frente del portal de Pablo, Marcos, Fran y éste mismo esperaban a Javier.

-¿Has desayunado? -preguntó Pablo mientras el chico estrechaba la mano de sus amigos.
-Apenas. Un par de magdalenas.
-Eso esta mal Javi. El desayuno es la comida más importante del día -dijo Fran mirándolo con desaprobación
-Para un armario andante como tu, sí. Da igual, anoche cené mucho.
-Eso tampoco está bien.
-Ya. Y no está bien beber por la noche, y esta noche te vas a hartar -respondió Marcos con una sonrisa.

Los cuatro chicos se dirigieron al supermercado que se escondía tres calles más abajo.

-Ah por cierto. La gasolina la pagáis entre todos -advirtió Fran. Era el único que tenía el carné de conducir, y esa noche había conseguido que su padre le prestase el coche.
-¿Cómo? ¡Encima que te consigo tías para desfogarte! -se quejó Pablo.
-Yo no necesito desfogarme. Lorena me basta y me sobra -respondió éste, enojado.
-Ya, claro. Tiene toda la pinta -los tres amigos sonríeron.
-¿A qué se quedan sin venir?
-¿Cuánto es la gasolina?
-Ponle veinte euros.
-¿Pero dónde coño vas a buscarles? ¿A Barcelona? -saltó Javier.
-Con veinte euros te quedas a mitad de camino, chaval. Es ida y vuelta, les traigo y les llevo, y tendré que llevarme alguna comisión.
-Hijo de puta -Marcos pasó un brazo por encima del hombro -¿Y si te hago un trabajito?
-¡Aparta tus sucias manos de violador de mí!

Las puertas se abrieron ante los cuatro jóvenes. Pablo y Javier cogieron un carro, mientras que Marcos y Fran iban a buscar el coche de éste para transportarlo todo.

-Yo quiero patatas -dijo Javier.
-Yo no -respondió Pablo.
-Pues que te jodan.

Sonriendo, Pablo metió tres bolsas de patatas en el carro.

-Son tres. Y están buenas. Como las amigas de Miguel.
-Oh venga ya, tío. Deja el tema. No me apetece.
-Te has vuelto un asexual. Eso es aburrido.
-Que te entretenga Nuria.
-Que va, acaba siendo aburrida. Más o menos -respondió Pablo sonriendo - Necesitamos coca-cola, fanta y, oh, hola Elena.

Ella sonrío a ambos chicos. Llevaba el pelo, marrón, recogido en una improvisada coleta, y calzaba sus habituales zapatillas. En sus brazos reposaban dos barras de pan. Sus ojos, marrones también, se clavaron en las patatas del carro de los chicos.

-¿Que hay chicos? ¿Patatas? ¿Tenéis fiesta esta noche, o qué?
-Sí, algo así.
-Guay.

Un silencio incomodo se impuso durante unos segundos.

-¿Y tú qué? ¿Cómo te va? -preguntó Pablo mirando de reojo a Javier, que cabizbajo agarraba con fuerza el manillar del carro.
-Muy bien ya. Me queda una semana de academia, y seré libre. Que ganas tengo de ir a la playa de una vez. Y de tomar el sol. ¿Y qué es de tu vida? ¿Cómo está Nuria?
-Bueno, ya sabes. No, en realidad no sabes -rieron -Bien, de vacaciones, como todos.
-¿Y tú qué, Javi? -inquirió curiosa la muchacha mientras con una suave patada golpeaba los vaqueros del chico.
-Bien bien. Sí, bueno, enriqueciéndome poco a poco y... de vacaciones, supongo -notaba las preocupadas miradas de Fran y Marcos, que habían vuelto para preguntar sobre el peso de la compra, en su nuca.
-Bueno, eso está bien. ¿Sabes? Creo que te vi hace unos días en Atocha. El Viernes, me parece.
-¿El Viernes? Imposible, estaba dando clases a María en Chamartín. Sería cualquier otro -mintió descabelladamente el chico
-Sí, es posible. Bueno, pues me voy, que mi madre me está esperando. Ya nos veremos, supongo.

Dio un beso en la mejilla a ambos chicos, y se marchó. Los cordones de sus zapatillas estaban desatados, como siempre. Siempre como siempre.

-También necesitamos platos y cubiertos -continuó Pablo, sin darle importancia.

Le había reconocido. Eso ya lo sabía. Ella sabía que él la había visto con otro chico. Eso ya lo sabía. ¿Por qué coño habían tenido que ir a comprar al supermercado más cercano a la casa de la chica? ¿Por qué coño Pablo seguía hablando de su interminable lista, sin ni siquiera mencionar la conversación con Elena? ¿No le parecía lo suficientemente importante?

Fran y Marcos entraron al supermercado con Juanma charlando alegremente con ellos. Pablo abrazó a Juanma, pero Javier seguía sumido en sus pensamientos. Ninguno de los cuatro chicos mencionó el tema de Elena.

¿Qué coño pasaba? ¿Se había convertido en un tema tabú? ¿O tal vez no era importante? ¡Como no iba a serlo, joder! ¡Se habían encontrado! ¡Habían hablado! ¡Ella terminaba la academia en una semana!

Y ella seguía igual. Siempre igual. No cambiaba, ni un poco. Su sonrisa, igual de sincera que sus coletas. Sus andares despitados y equilibrados. Su curiosa manera de agarrar el pan. Su nariz, perfectamente normal ahora que el frío no la coloreaba de rojo. Su misma camiseta gris, con sus mismos pantalones azules. Siempre igual.

No había cambiado nada. Y sin embargo, había cambiado todo.

-Bueno chicos, creo que ya está todo.
-No, esperad -gruñó Javi -Aún falta lo más importante.

Tres miradas preocupadas y una desconcertada se encontraron, y se unieron en una sola inquieta, que se encontró con otra vacía y sin alegría.

-¿Qué es de una fiesta sin unas buenas cervezas?

El tininteante sonido de seis botellas de un litro afirmaron así las palabras del muchacho.


Siempre que se va por allá.

-Próxima estación, Atocha.

Con un rápido y torpe movimiento, casi al unísono, media docena de personas obedecieron a la voz de mujer inanimada y se pusieron en pie abandonando sus poses somnolientas. Las puertas del vagón rojo se abrieron con un pitido, y un muchacho maleducado, cargado con una mochila casi más grande que su espalda, entró al vagón impidiendo el paso a los que pretendían salir de éste, sin preocuparse por las miradas de desaprobación y los gestos desagradables.

Un pitido movilizó a el tumulto de personas que esperaban para entrar en el habitáculo, pero el chico había sido más rápido, y les esperaba sentado en un asiento aún cálido. Contemplaba con una sonrisa interior como los afortunados más veloces ocupaban los asientos vacíos, y como los últimos se apoyaban en la puerta o en las barandillas con la resignación pintada en sus rostros.

Normalmente habría cedido su asiento a cualquiera que caminase algo encorvado y se habría apoyado en la pared, cerrando los ojos y enchufando su reproductor. Pero era Viernes y el reloj marcaba las siete y media. Rápidamente miró a su alrededor, memorizando narices y peinados. Las puertas dieron un golpe al cerrarse que asustaron a un anciano, y el tren comenzó su perezoso viaje.

Cuando las puertas automáticas volvieron a abrirse, el chico había abandonado toda tranquilidad, y contemplaba angustiado a las personas que entraban y salían del vagón, pero su nerviosismo no remitió. Con un suspiro exasperado, se levantó de su cómodo asiento y ojeó los demás vagones, mientras cruzaba de uno a otro.

Y entonces la vio.

Una punzada de sentimientos contradictorios se acumularon en su estómago cuando comprobó que seguía teniendo el mismo pelo, las mismas zapatillas y la misma carpeta naranja de siempre. Sonrío, sin poder evitarlo, y tomo la decisión de acercarse a saludarla. "Sí, bueno, iba a visitar a un amigo que vive por aquí. No me acordaba de que tu academia estaba por aquí, joder, que mala memoria.", las excusas se sucedían en su cabeza. Ella llevaba sonriendo un rato, pero Javier se percató de que no lo hacía por él. Es más, ni siquiera le había visto. Un chico cuyos ojos quedaban oscurecidos por el flequillo la acompañaba, impidiendo que Javier averiguase el color de la camiseta de la chica. Parecían divertirse, entre broma y broma. Ella le quitó el pelo de los ojos.

"No."

Él respondió con una caricia en la mejilla.

"No, joder, no."

Sin preocuparse por el incesante pitido que avisaba del cierre de las puertas, Javier se escabulló empujando y golpeando a cualquier que debido al azar se encontrase entre él y las puertas. Con el codo golpeó a un hombre sin afeitar que ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol, asentado en el medio del vagón. El hombre, con un grito, agarró al muchacho de la mochila.

-¿Qué cojones haces, gilipollas?

Con un gruñido, se desembarazó como pudo, y saltó fuera del vagón justo cuando éste cerraba sus puertas. El de las gafas se le quedó mirando unos instantes, hasta que el tren se puso en marcha rompiendo el intercambio de miradas. Sin embargo, una mirada seguía clavada en él. Fueron dos segundos antes de quedar taponada por la perspectiva. Fueron dos miradas.

El reconocimiento, y el resentimiento ocuparon el rostro de la chica en ese intervalo de tiempo.

El chico no dejó de correr hasta que llegó a un semáforo que impedía el paso de los apresurados transeúntes. Sacó el móvil, y tecleó el primer número que se le vino a la cabeza.

-¡Hola! Soy Alicia, y en este momento no me encuentro disponible. Prueba a llamarme más tarde, o déjame un mensaje. ¡Hasta luego! -dijo la voz de la chica de las pecas tras cinco intermitentes tonos.

Javier volvió a llamar tres veces más, escuchando el mensaje de su amiga en las tres ocasiones. Maldijo el apretado horario de la chica, y volvió a mirar la agenda, repasando todos los contactos.

Marcos y los demás estaban en medio de un partido amistoso de fútbol, y sabía perfectamente que ninguno de ellos se iba a encontrar emocionalmente dispuesto para aguantar el desequilibrio del muchacho. Comenzó a caminar sin ningún rumbo definido, mientras sus pensamientos inundaban su desesperación.

"Oh venga ya, tío, déjalo estar. Sólo estaba con otro chico. Ella volvía de su estúpida academia, es muy posible que ese cabronazo sólo sea su compañero." Anochecía en Madrid, y las calles comenzaban a perder su habitual actividad. En su lugar, la soledad y la tranquilidad amenazaban con desquiciarle.

Pero había visto como le miraba. Y como, tras esa mirada de dulzura, y tras esa jodida sonrisa sincera, le había apartado el flequillo al hijo de puta ese.

"Sólo le apartó el flequillo." se decía a sí mismo. "Bueno, él la acarició la mejilla." se respondía inmediatamente. Las mismas dos frases resonaron en su cabeza hasta que una tosecilla conocida le desconcertó.

-Pensaba que hoy tenías que dar tus famosas clases -una chica sentada con las piernas colgando en el puente sobre el que se hallaban le sonrió. Inconscientemente, sus pasos le habían llevado al puente. Claro, ¿a dónde si no?
-Ya, yo también lo creía -respondió Javier mientras se dejaba caer al lado de su amiga -Te he llamado tres veces.
-Estaba ocupada. Ya sabes, Miguel y eso -Alicia se sonrojó.
-Eres una zorra, necesitaba desahogarme -la reprendió con mal humor.
-Ya, yo también -con ojos soñadores, miró al cielo -Dos veces, joder. Ese hombre es un dios.
-Oh venga ya. Vete a la mierda.

Ella rió fuertemente. Abrazó al chico.

-Bueno, cuéntame. ¿Qué es aquello tan importante que ha hecho faltar a su obligación al señor profesor? ¿Un par de tetas, tal vez?

Javier bajó la mirada a la autopista que discurría bajo sus pies.

-La he visto. En el tren.
-Oh, joder, Javi, ¿eres idiota o qué? -Alicia golpeó con fuerza al chico cuando comprendió a quién se refería -Me prometiste que no volverías a buscarla.
-Y no lo hice. O no era mi intención. Iba a Chamartín, ya sabes, a sacarla el dinero a María, pero me tentó la curiosidad.
-Eres gilipollas.
-Eh, habló la que se folla a su novio en vez de ayudar a su amigo. Eso si que es una buena amiga, claro que sí. Viva la amistad. Buen rollito, y todo eso.
-Que tú no puedas hacerlo no quita que yo tenga que joderme, Javier -respondió acaloradamente -No, espera, me he pasado. Joder, pero me pone de mal humor. No deberías haber ido a Atocha.
-Estaba con otro -susurró el chico.
-¿Cómo con otro? ¿Con quién?
-Joder, y yo que sé. Si lo supiese le habría partido ya la nariz.
-Claro que sí, cromañón. Seguro que así conseguías solucionarlo.

Javier gruñó. Comenzaba a refrescar.

-¿Y bien? -preguntó Alicia al cabo de un rato.
-¿Y bien qué?
-¿Qué pasa? La viste con otro, ¿y qué?
-Joder, Alicia, ¡pues que estaba con otro!
-Ya, ¿y qué? ¿Acaso no lo esperabas? Vaya, joder, fuiste tú quién la dejó. Sabías que tarde o temprano volvería a vivir.
-Eh tía, cuando te pones filósofa, la cagas, ¿lo sabías?
Con una sonrisa, la chica sacó de su mochila una cajetilla de cigarros y un mechero, y encendió uno a pesar del fuerte viento.

-Esos "palitos de la muerte" van a acabar contigo.
-Eso si no lo haces tú antes.

Alicia expulsó el humo, haciendo toser a Javier. Callaron, y contemplaron la carretera

-Claro que lo sabía -dijo el chico al cabo de un rato -Pero no esperaba que fuese tan... pronto.
-Ella es y siempre ha sido así, lo sabes.
-Sí. Y ese es precisamente el problema.

Javier suspiró fuertemente. Alicia suspiró también, y apoyó la cabeza sobre los hombros del chico.

-Te prometo que la vas a superar, ¿vale? Confía en mi, Javi, aunque sea sólo en esto.

Dos horas y tres cigarros después, la chica se había dormido sobre el hombro de Javier. La chupa de éste reposaba sobre la chica, evitando que Alicia tuviese frío. No le importaba prestársela. Él no tenía frío.

Nunca lo tenía.

Tiene diez y treinta animales.

-¿Sabes cuantas personas están en este mismo instante follando como descosidos?
-Ya empezamos -el muchacho del pelo corto carraspeó, enfadado- Es probable que muchas. Yo que sé, seguro que tu madre está entre ellas.
-Si, con la zorra de tu novia.
-Eso si que sería interesante. Tal vez me hiciese una paja.

Ambos chicos rieron, ahuyentando a las tres palomas que habían posado sus plumas en los pies de estos. El sol naranja les daba de lleno en los ojos, y les impedía vislumbrar aquello que estuviese a más de diez pasos del banco en el que se hallaban. El sonido de un tren ahogó sus risas.

-Creo que vamos a llegar tarde, Marcos -comentó el otro chico mientras que con un bostezo se levantaba y recogía la guitarra azul y del suelo.
-Es culpa tuya, desde luego -sonrío Marcos.

Con una velocidad sobrehumana, la sonrisa de borró de la cara de Javier. "Es culpa tuya, desde luego." Esas cinco palabras resonaron una y otra vez en su cabeza, mientras que poco a poco, un dolor taponado por cientos de excusas, cervezas y labios, volvía a resurgir hasta excitar sus glándulas lacrimales.

-Oh, mierda, joder, lo siento -Marcos se excusó mientras que rápidamente arrancaba la guitarra azul de unas manos inconscientemente crispadas -Vale, Javi, no pasa nada.
-¿Qué hora es? -alcanzó a susurrar el chico de los pantalones a medio romper.
-Las nueve y media -respondió, sin entender a su amigo.
-¿Y a qué día estamos?
-No lo sé. ¿Jueves, tal vez?
-Catorce días y dos horas. Jodidamente perfecto -con un brusco movimiento, sacó de su bolsillo un reloj demasiado pequeño para llevar en la muñeca, y con sin una pizca de alegría en su sonrisa, lo contempló unos instantes.

El reloj marcaba las siete y media desde hacía ya dos semanas.