lunes, 25 de julio de 2011

Busca en el lavabo.

El irritante sonido de la vibración del teléfono móvil acabó despertando a Javier, quien dormía plácidamente entre sabanas sudorosas. Tanteó la mesa hasta que agarró el aparato, y aún dormido se lo colocó en la oreja.

-¿Sí? -gruñó al aparato.
-Joder, ya era hora -le reprendió una alegre voz.
-¿Pablo? Joder, ¿qué hora es? ¿qué coño quieres?

Pablo suspiró. Javier pudo imaginarse la nariz arrugada por el enfado que luciría su amigo en ese mismo instante.

-Hoy es dieciséis. Ya sabes, dieciséis -insistió Pablo.
-Dieciséis...
-Tío, quedamos en que me ayudarías a preparar la fiesta de esta noche. Los demás están de camino.
-Ah, claro, la fiesta -decía Javier distraído mientras miraba con pena las sabanas arrugadas. No creía que pudiese volver a dormirse -¡Coño! Tienes saldo. ¡Por fin!
-Se me va a agotar. Te veo en media hora en mi portal. Me lo prometiste, no puedes fallarme.
-Pablo... sinceramente, me apetece muy poco una fiesta esta noche. No he tenido un buen fin de semana.
-Estamos en verano. ¿Qué mas dará que sea fin de semana, o inicio de semana? Todos vienen. Fran va a buscar a Miguel y a sus amigas. Y es posible que haya alguna guapa.
-¿Y a mi qué?
-Tienes media hora. Si hace falta, no desayunes, pero ven.
-Pero... -el pitido ahogó las quejas de Javier, el cual volvió a tumbarse mientras buscaba la hora en su móvil. Aún eran las once, joder.

Apenas tuvo tiempo de darse una ducha rápida y de coger un par de magdalenas de la despensa. Rápidamente, se dirigió al portal de su impaciente amigo mientras escribía un mensaje a Alicia.

"Fran va a pasarse a buscar a Miguel y a las demás. No me apetece una mierda una fiesta ahora. Tráeme mi chupa."

Sentados en un banco, en frente del portal de Pablo, Marcos, Fran y éste mismo esperaban a Javier.

-¿Has desayunado? -preguntó Pablo mientras el chico estrechaba la mano de sus amigos.
-Apenas. Un par de magdalenas.
-Eso esta mal Javi. El desayuno es la comida más importante del día -dijo Fran mirándolo con desaprobación
-Para un armario andante como tu, sí. Da igual, anoche cené mucho.
-Eso tampoco está bien.
-Ya. Y no está bien beber por la noche, y esta noche te vas a hartar -respondió Marcos con una sonrisa.

Los cuatro chicos se dirigieron al supermercado que se escondía tres calles más abajo.

-Ah por cierto. La gasolina la pagáis entre todos -advirtió Fran. Era el único que tenía el carné de conducir, y esa noche había conseguido que su padre le prestase el coche.
-¿Cómo? ¡Encima que te consigo tías para desfogarte! -se quejó Pablo.
-Yo no necesito desfogarme. Lorena me basta y me sobra -respondió éste, enojado.
-Ya, claro. Tiene toda la pinta -los tres amigos sonríeron.
-¿A qué se quedan sin venir?
-¿Cuánto es la gasolina?
-Ponle veinte euros.
-¿Pero dónde coño vas a buscarles? ¿A Barcelona? -saltó Javier.
-Con veinte euros te quedas a mitad de camino, chaval. Es ida y vuelta, les traigo y les llevo, y tendré que llevarme alguna comisión.
-Hijo de puta -Marcos pasó un brazo por encima del hombro -¿Y si te hago un trabajito?
-¡Aparta tus sucias manos de violador de mí!

Las puertas se abrieron ante los cuatro jóvenes. Pablo y Javier cogieron un carro, mientras que Marcos y Fran iban a buscar el coche de éste para transportarlo todo.

-Yo quiero patatas -dijo Javier.
-Yo no -respondió Pablo.
-Pues que te jodan.

Sonriendo, Pablo metió tres bolsas de patatas en el carro.

-Son tres. Y están buenas. Como las amigas de Miguel.
-Oh venga ya, tío. Deja el tema. No me apetece.
-Te has vuelto un asexual. Eso es aburrido.
-Que te entretenga Nuria.
-Que va, acaba siendo aburrida. Más o menos -respondió Pablo sonriendo - Necesitamos coca-cola, fanta y, oh, hola Elena.

Ella sonrío a ambos chicos. Llevaba el pelo, marrón, recogido en una improvisada coleta, y calzaba sus habituales zapatillas. En sus brazos reposaban dos barras de pan. Sus ojos, marrones también, se clavaron en las patatas del carro de los chicos.

-¿Que hay chicos? ¿Patatas? ¿Tenéis fiesta esta noche, o qué?
-Sí, algo así.
-Guay.

Un silencio incomodo se impuso durante unos segundos.

-¿Y tú qué? ¿Cómo te va? -preguntó Pablo mirando de reojo a Javier, que cabizbajo agarraba con fuerza el manillar del carro.
-Muy bien ya. Me queda una semana de academia, y seré libre. Que ganas tengo de ir a la playa de una vez. Y de tomar el sol. ¿Y qué es de tu vida? ¿Cómo está Nuria?
-Bueno, ya sabes. No, en realidad no sabes -rieron -Bien, de vacaciones, como todos.
-¿Y tú qué, Javi? -inquirió curiosa la muchacha mientras con una suave patada golpeaba los vaqueros del chico.
-Bien bien. Sí, bueno, enriqueciéndome poco a poco y... de vacaciones, supongo -notaba las preocupadas miradas de Fran y Marcos, que habían vuelto para preguntar sobre el peso de la compra, en su nuca.
-Bueno, eso está bien. ¿Sabes? Creo que te vi hace unos días en Atocha. El Viernes, me parece.
-¿El Viernes? Imposible, estaba dando clases a María en Chamartín. Sería cualquier otro -mintió descabelladamente el chico
-Sí, es posible. Bueno, pues me voy, que mi madre me está esperando. Ya nos veremos, supongo.

Dio un beso en la mejilla a ambos chicos, y se marchó. Los cordones de sus zapatillas estaban desatados, como siempre. Siempre como siempre.

-También necesitamos platos y cubiertos -continuó Pablo, sin darle importancia.

Le había reconocido. Eso ya lo sabía. Ella sabía que él la había visto con otro chico. Eso ya lo sabía. ¿Por qué coño habían tenido que ir a comprar al supermercado más cercano a la casa de la chica? ¿Por qué coño Pablo seguía hablando de su interminable lista, sin ni siquiera mencionar la conversación con Elena? ¿No le parecía lo suficientemente importante?

Fran y Marcos entraron al supermercado con Juanma charlando alegremente con ellos. Pablo abrazó a Juanma, pero Javier seguía sumido en sus pensamientos. Ninguno de los cuatro chicos mencionó el tema de Elena.

¿Qué coño pasaba? ¿Se había convertido en un tema tabú? ¿O tal vez no era importante? ¡Como no iba a serlo, joder! ¡Se habían encontrado! ¡Habían hablado! ¡Ella terminaba la academia en una semana!

Y ella seguía igual. Siempre igual. No cambiaba, ni un poco. Su sonrisa, igual de sincera que sus coletas. Sus andares despitados y equilibrados. Su curiosa manera de agarrar el pan. Su nariz, perfectamente normal ahora que el frío no la coloreaba de rojo. Su misma camiseta gris, con sus mismos pantalones azules. Siempre igual.

No había cambiado nada. Y sin embargo, había cambiado todo.

-Bueno chicos, creo que ya está todo.
-No, esperad -gruñó Javi -Aún falta lo más importante.

Tres miradas preocupadas y una desconcertada se encontraron, y se unieron en una sola inquieta, que se encontró con otra vacía y sin alegría.

-¿Qué es de una fiesta sin unas buenas cervezas?

El tininteante sonido de seis botellas de un litro afirmaron así las palabras del muchacho.


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