lunes, 25 de julio de 2011

Siempre que se va por allá.

-Próxima estación, Atocha.

Con un rápido y torpe movimiento, casi al unísono, media docena de personas obedecieron a la voz de mujer inanimada y se pusieron en pie abandonando sus poses somnolientas. Las puertas del vagón rojo se abrieron con un pitido, y un muchacho maleducado, cargado con una mochila casi más grande que su espalda, entró al vagón impidiendo el paso a los que pretendían salir de éste, sin preocuparse por las miradas de desaprobación y los gestos desagradables.

Un pitido movilizó a el tumulto de personas que esperaban para entrar en el habitáculo, pero el chico había sido más rápido, y les esperaba sentado en un asiento aún cálido. Contemplaba con una sonrisa interior como los afortunados más veloces ocupaban los asientos vacíos, y como los últimos se apoyaban en la puerta o en las barandillas con la resignación pintada en sus rostros.

Normalmente habría cedido su asiento a cualquiera que caminase algo encorvado y se habría apoyado en la pared, cerrando los ojos y enchufando su reproductor. Pero era Viernes y el reloj marcaba las siete y media. Rápidamente miró a su alrededor, memorizando narices y peinados. Las puertas dieron un golpe al cerrarse que asustaron a un anciano, y el tren comenzó su perezoso viaje.

Cuando las puertas automáticas volvieron a abrirse, el chico había abandonado toda tranquilidad, y contemplaba angustiado a las personas que entraban y salían del vagón, pero su nerviosismo no remitió. Con un suspiro exasperado, se levantó de su cómodo asiento y ojeó los demás vagones, mientras cruzaba de uno a otro.

Y entonces la vio.

Una punzada de sentimientos contradictorios se acumularon en su estómago cuando comprobó que seguía teniendo el mismo pelo, las mismas zapatillas y la misma carpeta naranja de siempre. Sonrío, sin poder evitarlo, y tomo la decisión de acercarse a saludarla. "Sí, bueno, iba a visitar a un amigo que vive por aquí. No me acordaba de que tu academia estaba por aquí, joder, que mala memoria.", las excusas se sucedían en su cabeza. Ella llevaba sonriendo un rato, pero Javier se percató de que no lo hacía por él. Es más, ni siquiera le había visto. Un chico cuyos ojos quedaban oscurecidos por el flequillo la acompañaba, impidiendo que Javier averiguase el color de la camiseta de la chica. Parecían divertirse, entre broma y broma. Ella le quitó el pelo de los ojos.

"No."

Él respondió con una caricia en la mejilla.

"No, joder, no."

Sin preocuparse por el incesante pitido que avisaba del cierre de las puertas, Javier se escabulló empujando y golpeando a cualquier que debido al azar se encontrase entre él y las puertas. Con el codo golpeó a un hombre sin afeitar que ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol, asentado en el medio del vagón. El hombre, con un grito, agarró al muchacho de la mochila.

-¿Qué cojones haces, gilipollas?

Con un gruñido, se desembarazó como pudo, y saltó fuera del vagón justo cuando éste cerraba sus puertas. El de las gafas se le quedó mirando unos instantes, hasta que el tren se puso en marcha rompiendo el intercambio de miradas. Sin embargo, una mirada seguía clavada en él. Fueron dos segundos antes de quedar taponada por la perspectiva. Fueron dos miradas.

El reconocimiento, y el resentimiento ocuparon el rostro de la chica en ese intervalo de tiempo.

El chico no dejó de correr hasta que llegó a un semáforo que impedía el paso de los apresurados transeúntes. Sacó el móvil, y tecleó el primer número que se le vino a la cabeza.

-¡Hola! Soy Alicia, y en este momento no me encuentro disponible. Prueba a llamarme más tarde, o déjame un mensaje. ¡Hasta luego! -dijo la voz de la chica de las pecas tras cinco intermitentes tonos.

Javier volvió a llamar tres veces más, escuchando el mensaje de su amiga en las tres ocasiones. Maldijo el apretado horario de la chica, y volvió a mirar la agenda, repasando todos los contactos.

Marcos y los demás estaban en medio de un partido amistoso de fútbol, y sabía perfectamente que ninguno de ellos se iba a encontrar emocionalmente dispuesto para aguantar el desequilibrio del muchacho. Comenzó a caminar sin ningún rumbo definido, mientras sus pensamientos inundaban su desesperación.

"Oh venga ya, tío, déjalo estar. Sólo estaba con otro chico. Ella volvía de su estúpida academia, es muy posible que ese cabronazo sólo sea su compañero." Anochecía en Madrid, y las calles comenzaban a perder su habitual actividad. En su lugar, la soledad y la tranquilidad amenazaban con desquiciarle.

Pero había visto como le miraba. Y como, tras esa mirada de dulzura, y tras esa jodida sonrisa sincera, le había apartado el flequillo al hijo de puta ese.

"Sólo le apartó el flequillo." se decía a sí mismo. "Bueno, él la acarició la mejilla." se respondía inmediatamente. Las mismas dos frases resonaron en su cabeza hasta que una tosecilla conocida le desconcertó.

-Pensaba que hoy tenías que dar tus famosas clases -una chica sentada con las piernas colgando en el puente sobre el que se hallaban le sonrió. Inconscientemente, sus pasos le habían llevado al puente. Claro, ¿a dónde si no?
-Ya, yo también lo creía -respondió Javier mientras se dejaba caer al lado de su amiga -Te he llamado tres veces.
-Estaba ocupada. Ya sabes, Miguel y eso -Alicia se sonrojó.
-Eres una zorra, necesitaba desahogarme -la reprendió con mal humor.
-Ya, yo también -con ojos soñadores, miró al cielo -Dos veces, joder. Ese hombre es un dios.
-Oh venga ya. Vete a la mierda.

Ella rió fuertemente. Abrazó al chico.

-Bueno, cuéntame. ¿Qué es aquello tan importante que ha hecho faltar a su obligación al señor profesor? ¿Un par de tetas, tal vez?

Javier bajó la mirada a la autopista que discurría bajo sus pies.

-La he visto. En el tren.
-Oh, joder, Javi, ¿eres idiota o qué? -Alicia golpeó con fuerza al chico cuando comprendió a quién se refería -Me prometiste que no volverías a buscarla.
-Y no lo hice. O no era mi intención. Iba a Chamartín, ya sabes, a sacarla el dinero a María, pero me tentó la curiosidad.
-Eres gilipollas.
-Eh, habló la que se folla a su novio en vez de ayudar a su amigo. Eso si que es una buena amiga, claro que sí. Viva la amistad. Buen rollito, y todo eso.
-Que tú no puedas hacerlo no quita que yo tenga que joderme, Javier -respondió acaloradamente -No, espera, me he pasado. Joder, pero me pone de mal humor. No deberías haber ido a Atocha.
-Estaba con otro -susurró el chico.
-¿Cómo con otro? ¿Con quién?
-Joder, y yo que sé. Si lo supiese le habría partido ya la nariz.
-Claro que sí, cromañón. Seguro que así conseguías solucionarlo.

Javier gruñó. Comenzaba a refrescar.

-¿Y bien? -preguntó Alicia al cabo de un rato.
-¿Y bien qué?
-¿Qué pasa? La viste con otro, ¿y qué?
-Joder, Alicia, ¡pues que estaba con otro!
-Ya, ¿y qué? ¿Acaso no lo esperabas? Vaya, joder, fuiste tú quién la dejó. Sabías que tarde o temprano volvería a vivir.
-Eh tía, cuando te pones filósofa, la cagas, ¿lo sabías?
Con una sonrisa, la chica sacó de su mochila una cajetilla de cigarros y un mechero, y encendió uno a pesar del fuerte viento.

-Esos "palitos de la muerte" van a acabar contigo.
-Eso si no lo haces tú antes.

Alicia expulsó el humo, haciendo toser a Javier. Callaron, y contemplaron la carretera

-Claro que lo sabía -dijo el chico al cabo de un rato -Pero no esperaba que fuese tan... pronto.
-Ella es y siempre ha sido así, lo sabes.
-Sí. Y ese es precisamente el problema.

Javier suspiró fuertemente. Alicia suspiró también, y apoyó la cabeza sobre los hombros del chico.

-Te prometo que la vas a superar, ¿vale? Confía en mi, Javi, aunque sea sólo en esto.

Dos horas y tres cigarros después, la chica se había dormido sobre el hombro de Javier. La chupa de éste reposaba sobre la chica, evitando que Alicia tuviese frío. No le importaba prestársela. Él no tenía frío.

Nunca lo tenía.

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